jueves, 31 de julio de 2014

.Adicción.


En las tardes silenciosas después de almuerzo, donde solo retumba en nuestros oídos el lejano ruido de la brisa de los árboles de mi jardín, la música a volumen mínimo de nuestra estación favorita y el sonido de las hojas de papel, al cambiar las páginas de nuestros libros. Esa complicidad de almas viejas. Complicidad que no solo encontramos en la compañía de un buen carrete, una buena caminata en la playa, en una noche de deporte o una conversación de madrugada... sino que en la complicidad del silencio, haciendo lo que más nos apasiona: Leer. Cosas y gustos tan diferentes en la literatura, pero cosas hermosas que nos ha hecho sentir una admiración única el uno por el otro.
Es así como hay historias tan hermosas que no merecen ser escritas, ni contadas y en algunos casos no deberían pasar. También hay historias tan hermosas que lamentablemente no son de nadie, no existen, no pasaron en realidad y solo en nuestra imaginación. 
Hay historias tan maravillosas que se pierden en la mente del creador y nunca más la recuerdan tras una noche de resaca, son historias de ellos para ellos, pero nunca ocurrirán. Hay historias que por más que las creemos nunca serán, se quedarán en lo que quisimos, no deben ser. Hay historias que deben de ser de dos, hay historias maravillosas a las que les falta o les sobra un protagonista, hay historias que no debieron existir nunca.
Es así cuando tanto que leemos, nos vemos en la inexplicable obligación subconciente de comenzar a escribir cosas que emergen de nuestro instinto, de nuestro vocabulario adquirido en el tiempo, de nuestras conexiones nerviosas estimuladas por miles de historias que no queremos olvidar y mantenemos almacenadas en nuestro cerebro casi de manera "orden mental", pero que se ven movidas y sobrexcitadas por el hígado. 
Cuando eres feliz siendo adicto e incondicional a la literatura, te pasa que las escritura espontanea o la creación de ideas nuevas están a la orden del día. Es así que cuando nos vemos después de un largo día, la solicitud siempre es la misma: No me hables del trabajo, ni de la educación, ni de la gente, a mi háblame del movimiento de las hojas secas cuando caen, de lo fuerte que se escucha el rugido del viento en la montaña, háblame de los lugares que se esconden bajo del mar, del disfrute de las aves al volar, delas pinturas en el cráter de la luna, de la parte más fría y desconocida del sol... cosas que muchos como nosotros también nos quedamos pegados aprendiendo del NAT-GEO o History Channel, pero hablamos de la riqueza de leer estas cosas a diario, y querer descubrir nuestra cuota exquisita de asombro natural por aquello que siempre estuvo ahí y recién hoy pudimos notar. Es así que tenemos un hambre insaciable por aprender tanto pero tanto sobre la vida... para después salir afuera a vivirla con más intensidad y rebeldía. Hasta entiendo a Cortázar por inventar el Gliglico, de verdad pienso que cuando se ama de verdad a un buen lector como tú Danilo, las palabras se me quedan tan cortas que a veces nos vemos en la obligación de empezar a inventarlas.